La Asociación del Diente de Oro tiene el gusto de invitaros a una lectura especial dentro del ciclo Brillos de la azotea. El próximo lunes recibimos desde Barcelona a dos escritores muy relacionados con las letras granadinas que harán una lectura conjunta de poesía y microcuento. La velada, como siempre, en la terraza-mirador del hotel Fontecruz (Gran Vía, 20).
Álex Chico y Ginés S. Cutillas
Lunes, 2 de junio de 2014
21 horas
Álex Chico (Plasencia, 1980) es licenciado en Filología Hispánica y DEA en Literatura Española. Ha publicado los libros de poemas Un lugar para nadie (de la luna libros, 2013), Dimensión de la frontera (La Isla de Siltolá, 2011) y La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, 2008), además de las plaquettes Escritura, Nuevo alzado de la ruina y Las esquinas del mar. Sus poemas han aparecido en varias publicaciones (Turia, Espiral, Cuaderno ático o Parale lo Sur, entre otras), y en diferentes antologías (Punto de partida, Jóvenes poetas en España, UNAM; Martiz desposeída. Últimas voces de la poesía extremeña, El Brocense). Ha ejercido la crítica literaria en diversos medios como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Nayagua, Revista de Letras o Ex Libris. Fue cofundador de la revista de humanidades Kafka. En la actualidad ejerce de profesor en un instituto de El Prat (Barcelona) y forma parte del consejo de redacción de Quimera. Revista de Literatura.
Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) es ingeniero informático por la Universidad Politécnica de Valencia y licenciado en Documentación por la Universidad de Granada. Autor de La biblioteca de la vida (Fundación Drac, 2007), Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía, 2010) y La sociedad del duelo (Editorial Base, 2013). Su obra ha aparecido también en varías antologías de relatos y microrrelatos, como Ficción sur (Traspiés, 2008), A contrarreloj II (Hipálage, 2008), Por favor, sea breve 2 (Páginas de espuma, 2009), Sólo cuento II (UNAM, 2010), Velas al viento (Cuadernos del vigía, 2010), Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012) o Antología del microrrelato español (1906-2011) (Cátedra, 2012). Entre los galardones que ha recibido se encuentran el Premio Internacional de Minicuento El Dinosaurio 2007 (Feria del libro de La Habana), el de la Feria del libro de Granada 2006, el de relatos de la Fundación Drac 2007 y el microrrelatos Literatura Comprimida 2006. Finalista del VII Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España en 2010. Colabora en diversas revistas literarias, como Prometheus, Spejismos, En sentido figurado, Papeles de humo, Kafka, Calidoscopio, EntreRíos, Casquivana, Excodra, Paralelo Sur o The Moth. Miembro del equipo de redacción de Quimera. Revista de Literatura. Miembro del Institutum Pataphysicum Granatensis (organismo dependiente e independiente del Colegio de Patafísica) y creador de La Increíble Máquina Aforística según sus preceptos.
Un bocado para llegar al lunes:
El lugar de la escritura
buscaste una casa
y encontraste
la prolongación
infinita
de una sombra
Laia López
y echar la llave a una puerta.
Algo heroico en apagar la luz
y buscar a oscuras una butaca.
Heroico es levantarse
y comenzar a caminar por la habitación,
porque se ha recordado una frase de Pascal.
Hay algo heroico en querer habitar
una ausencia de luz.
En cerrar los ojos para añadir más oscuridad.
Mirar hacia el interior debe ser eso.
Dar vueltas en círculos
y averiguar el alcance de las manos.
Hay algo heroico en ser uno mismo
y abandonarse.
Aunque no haya nadie alrededor.
Aunque la habitación se estreche
cuando alargues los brazos.
Aunque la pared se acerque
y ya no puedas sostener su empuje.
Hay algo heroico en quien no logra
vivir más allá de una habitación cerrada.
(Álex Chico, Un lugar para nadie, 2013)
Ahora que se escriben en piedra
¡Qué raro que me llame Federico!
Lorca
Hasta los once años me llamé Federico, a pesar de que a mis padres no les convencía mucho el nombre. No está formado, decían. Cuando se le escriba en la cara, le pondremos uno más afín. Y así fue: a los doce, con el cambio de voz, decidieron que Federico ya no correspondía con mi talante, que el mejor nombre que me podía ir para la adolescencia recién estrenada era el de Francisco, Paco para los amigos. Este nombre me duró justo hasta la noche de bodas, cuando en pleno éxtasis, mi mujer me llamó Carlos. “Me casé con Paco y me desvirgó Carlos”, era la típica broma que solía hacer a los amigos.
Desde entonces, he cambiado de nombre en cuatro ocasiones más. A veces incluso solapando épocas: en la oficina y en el gimnasio me sentía Luis pero el cuerpo me pedía ser Raúl para echarme los faroles en la partida de póquer de los jueves.
Mis amigos, los de toda la vida, se confundían. Para no marearlos demasiado y evitar malentendidos, consentí en colgarme al cuello una medalla bien visible con el nombre vigente grabado. Aun así les costaba, decían que no era normal, que ellos habían nacido con uno y que el mismo les habría de durar toda la vida. Yo les decía que habían tenido suerte, que sus rostros se habían amoldado a sus nombres, que los habían aceptado. Para tranquilizarlos, les decía que algún día todos nos llamaríamos igual.
(Ginés S. Cutillas)
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